LOS PAISAJES DE SULA
Asi represento yo el proceso por el cual los paisajes de sus cuadros llegan a ser:
1
Mirar. Mirar dentro, en la memoria, pecios de sensaciones, de imágenes que asombraron, movieron por dentro, un ocre de aire, un dorado de crepúsculo, un rojo de tierra, un amarillo quemado de tierra, las voces que sonaban por el espacio en la playa, en la casa, por las calles, unas vistas de lugares en Lesbos, unas vistas del mar desde Lesbos, Atenas, volar desde las islas áridas y blancas hasta las selvas onduladas y oscuras bajo atmósferas de agua, de blancas, grises, negras nubes, la tupida de bosques y vegetaciones tierra de Galicia; y ¿de qué forma este tupido suelo potencia, alza, hace amar aquel caliente y desnudo?; y ¿de qué forma aquella humedad envuelve en un celofán violeta aquel seco y vigoroso calor? Y también viceversa. Así pues, lo primero, mirar, sondear, en lo íntimo y oscuro, el agua viva y palpitante de las sensaciones que quedaron y siguen siendo imaginadas en la búsqueda de algo, porque tienen un enigma, son un enigma, vive en ellas el enigma que recorre la vida entera, de niñez a vejez.
No un mirar mundo, aspectos del de fuera, percepción de realidades al acaso, sino, muy lento, un acechar vida, mirar dentro en la búsqueda de los paisajes que, en el silencio de la memoria, se destacan como símbolos de la existencia, misterios de belleza y significado, cristalizaciones de aspecto y emoción, imágenes, sí, pero de autodescubrimiento, de autosorprendimiento ante la magia de las sensaciones.
2
Más tarde, cuando llega el momento de pintar, y ella empieza, dice que manchando el lienzo, la tabla, para que sea esta, clara u oscura, o aquel, blanco, quien se asusta, cuando se pinta y las formas comienzan a surgir de las manchas y entre ellas, comienza de otro modo el mirar adentro, pues es el momento de recordar aquello que se miraba, recordar como dice Platón que se recuerda lo verdadero para saberlo por primera vez, como si lo verdadero estuviera dentro de uno, pero uno aun no lo sabe y no lo conoce hasta que se recuerda. Así imagino yo que se recuerda Sula de lo verdadero que fue sorprendiendo en el vivir y que aún no conoce de sí misma; pinta para recordar, lo ajeno de lo verdadero que puede surgir en las manchas, que son de color, colores a veces tan preciosos que uno logra efectivamente recordar algo, uno… se acuerda. Recordar entendido como descubrir lo verdadero en lo que regresa. Uno mira dentro y lo que ve es algo que vuelve y hace recordar… qué sentido tiene la vida, y qué hermoso es todo cuando nace, o cuando ocurre y uno aún no se acuerda, así, sucediendo de una manera casi inconsciente, como un baño de sol, la frialdad envolvente del agua, la sal en la piel, lo verdadero que es todo antes de que se oscurezca.
Una dimensión, una función permanente del vivir es recordar, redescubrir a cada paso el sentido de lo que se hizo, de lo que se hace, de lo que no se hará nunca.
3
El cuadro prosigue su camino y ya no se trata sólo de ver dentro, porque hay que mirarlo fuera, verlo fuera, descubrir de qué manera lo ya hecho determina el por hacer, como se armonizan los colores ya escogidos, alzados en la verticalidad de la imagen como cosas objetivas. Un proceso puramente pictórico sobreponiéndose a una motivación, un numen, una espontaneidad revolteada hacia lo esencial.
Esto veo yo en los paisajes de sus cuadros (lo diré a la manera de uno de esos poemas de Apollinaire, Pessoa o Whitman que nombran lo que hay delante de sus ojos visionarios, y dicen: «Hay esto, hay esto otro…» o «Veo esto, veo aquello, veo lo de más allá»):
1
Hay un mar azul enmarcado entre una tierra y un cielo lívidos. Una barca está varada en la orilla. La vela está desplegada pero destensada, no sopla viento alguno, ni brisa. El mar es azul y hundido en una empecinada calma. Su color no le viene dado por la radiación de un sol distante. El azul del mar nos dice que este mar está vivo, más vivo que todo aquello que lo delimita o cubre. Tiene color porque el color es aquí indicativo de vivacidad. Así pues este mar es la más vivaz y calmada realidad del cuadro y de toda la esfera de la representación. El azul es profundo y metafísico, como son según Kandinsky todos los azules, pero suave y sosegado. El mar está junto a una barca atracada en la tierra, dispuesto a dejarse atravesar por ella según la libre dirección del viento que ha de soplar en el rumbo que la propia vela ordene.
2
Hay un sembrador, muy Millet y muy Van Gogh, pero especialmente muy Sula. Una chiquilla mira al sembrador, muy abajo en el espacio vertical de representación, muy pequeña, pero con una presencia fortísima que desvía la atención de la siembra hacia lo que ella, tan pequeña, hace. Y ella parece estar mirando dentro lo que ocurre fuera, parece estar mirando la siembra que ocurre ahí mismo, en la realidad, pero dentro; ella la mira dentro, y sabe sin embargo cuál es su significado, y el tamaño del sembrador, grande, viéndolo exactamente del tamaño con el que aparece en el cuadro.
3
Hay un sueño de sombras que parecen querer adoptar formas que aún no se recuerdan, y que, por lo tanto, no se pueden ver; un sueño de sombras borrosas presidido por una cabeza helénica. Así se ve a sí propia la vida de cada uno: una muy nítida sensación de sí con los colores y familiaridades del propio principio, con el secreto permanente de la propia persistente infancia, y todo lo demás algo borroso, desdibujado, como la niebla que siempre esfuma las certezas, la ilusión acuosa con que barnizamos las cosas.
4
Hay una presencia oscura, saturada de la más densa negrura rosaliana -adjetivo capturado de una observación de Manolo Figueiras- y un cuervo fiero, torvo, sombrío presagio, frío y silencioso observador de los trabajos de la desangelada y romántica figura asediada por la fuerza de las olas, alma indefinida en el mar y la noche.
5
Hay árboles que parecen nidos de pelusa, opacos y calientes, dispersos en una atmósfera hialina de un nostálgico azul tirando casi siempre a vespertino o nocturno, sutil y ligeramente tibio, quizás helado; esparcidos sobre tierra difusa, como los capullos gastados y renegridos de misteriosos corazones diminutos.